martes, 14 de enero de 2014

ERFOUD

Después de abandonar mi pueblo natal a su suerte, al igual que muchos familiares y amigos, nos trasladábamos a Erfoud a 65 km al norte de Merzouga. Muchos más se fueron a Bechar que era ya argelino y con las ayudas que daba el país, Muchos no dudaban en inmigrar ahí. Las cosas estaban cada vez mejor para mi familia. El alquiler de las cinco tiendas en el centro del pueblo cerca del mercado y el salario de la empresa francesa para la que trabajaba mi padre estaba mucho más a gusto, aunque le costaba separarse de su madre de casi cien años; estaba viviendo entre mi casa y la de mi tío pero cada vez estaba más con su hijo menor y mi padre le echaba mucho de menos.

  Erfoud es una población situada al final del valle del Ziz, a unos 280 km al sureste de Meknes, es la puerta de entrada al Sáhara. En su origen fue una guarnición francesa, construido en 1967 con el fin de pacificar y controlar el sureste de Marruecos ya que la resistencia estaba en Tafilalet (Risani actual).

    El río Ziz corta una valle profundo, rodeado de peñascos de todos los tamaños y formas que uno puede imaginar. Hay la reserva más grande de palmeras del norte de África y muchas plantas a lo largo de sus riberas.

     Erfoud nunca fue una ciudad bonita; ni siquiera antes, cuando todas las casas eran de adobe, (ahora es todavía peor: el adobe ha desaparecido; ha sido sustituido por hormigón y otros materiales modernos, cuando está demostrado que el barro es mucho mejor aislante para el frío y el calor del desierto. El problema del barro es que da trabajo, hay que restaurarlo de vez en cuando, sobre todo tras las lluvias torrenciales. Las nuevas generaciones prefieren materiales que no den trabajo, aunque sean peores y mal hechos). es una ciudad un poco fantasmal, con sus edificios rojos y polvorientos, azotada por frecuentes tormenta de arena. En el actual ha ganado algo, por la cantidad de hoteles de lujo y riads bonitas que han construido. Solo tiene interés por ser un lugar de paso para la gente que quiere visitar las dunas de Merzouga o el oasis de tafilalt, un inmenso palmeral de 90 kilómetros, con más de 170 000 palmeras datileras. Alrededor de las dunas de Merzouga hay albergues y restaurantes de nombres exóticos, como Elfaris (el


caballero) diseñado y construido por mi hermana mayor, Yasmina, la caravana, Estrella de las dunas, Dunas doradas, o el Atlas de Arena, un restaurante cuyo dueño se llama Ali el cojo, tiene la pierna derecha cortada a la altura de la rodilla, anda con muletas con una rapidez asombrosa, había que verle moviéndose entre las mesas, sirviendo a todo el mundo y con una sonrisa siempre puesta.

   En mayo hay un festival de música Gnawa(música del desierto) y danza árabe, donde se juntan músicos de todas partes del mundo; Es una semana de festejo y alegría y mezcla humana muy interesante en todos los sentidos, además de música y danza está la gastronomía, excursiones y encuentros de gente muy interesante, además de la belleza del lugar que no deja de ser percibido ya que atrae a todas las campanias cinematografías de todo el mundo.

   Al principio en Erfoud, nos instalamos en el barrio judío, en casa de un amigo de mi padre, mientras construía nuestra casa. Mi padre tenía 60 años cuando yo nací. No sé como sería cuando era joven, mis hermanos me decían que era demasiado serio y que daba miedo sin hacerles nada, pero el padre que yo conocí era un hombre sabio u justo, respetado y querido por todo el mundo. Se llevaba bien con todos, árabes, bereberes y judíos. era muy amigo de sus amigos. Hay una anécdota que ilustra la relación de mi padre no sólo con su amigo judío, sino con todos sus amigos. cuando yo tenía veinte años, trabajé en una empresa que el amigo judío tenía en Casablanca. Mi padre vino a verme. la familia del amigo festejó su visita por todo lo alto. Todos se reunieron en honor de mi padre. En mitad de la cena, el judío se puso en pie, puso un brazo alrededor del hombro de mi padre, y delante de todos, dijo: Os juro, por el amor que os tengo, que quiero a este hombre más que a todos vosotros juntos. yo me quedé boquiabierta y muy nervioso. Mi padre al revés se hecho a reír y dijo: claro que nuestro amor es distinto al vuestro, y yo estoy solo contra todos.

   los dos amigos tenían discusiones muy divertidas sobre muchos temas. El judío tenía mucho dinero, y se pasaba el día contando billetes y monedas. Mi padre ya conocía ese tipo de vida y no le impresionaba. También discutían sobre religión. Por la tarde estaban tomando el té enfrente de la chimenea del lujoso salón y saltó el amigo: - Bouziane mira, mira el fuego donde vais a arder los musulmanes, es vuestro destino, el infierno, mientras que nosotros vamos al paraíso, medio en serio, medio en broma.

    Mi padre se echo a reír. -¿Ah, sí? ¿tenéis garantizado el paraíso? ¡Que suerte! Yo lo dudo. Vosotros nunca estáis de acuerdo con los demás. No admitís a las otras creencias, hacéis como si no existieran, además vuestros libros están tan manipulados que ni vosotros mismos os ponéis de acuerdo. En cambio nosotros no tenemos problemas con nadie; admitimos a todos los libros y a todos los profetas, y si no creemos en los anteriores libros, es como si no creemos en Allah.

   Su amigo le miraba con el ceño cómic-amente fruncido. 
-¿que quieres decir? ¿que yo voy a ir al infierno?
   -No, hombre, no he dicho eso, solo respondo a tu comentario, amigo mío.
   -Cómo que no, cómo que no; es lo que has dicho.
   -bueno, al fin y al cabo, si estamos sentados aquí juntos, a lo mejor nos sentamos también en otro lugar, incha Allah.

    El barrio judío era laberintos de calles con casas de adobe y patios de luz, casas con ventanas pequeñas y puertas que daban a la callejuelas. Las casas estaban pintadas de colores y eran más aireadas y frescas que las de los árabes. Los judíos llevaban el comercio de telas, alimentación, oro y muchas otras cosas; dejaron el desierto cuando yo tenía diez años. Los niños musulmanes nos portábamos fatal con ellos. Les hacíamos putadas de todas clases. Obligábamos a los niños y adolescentes a pronunciar el nombre de Allah y su profeta Mohammed. Cuando se encontraba alguna tinaja rota en alguna  esquina, decían: -Otro judío obligado a reconocer el Islam. ¡Al amanecer las madres llevaban la tinaja, y decían al niño que repetía las palabras que lo han obligado a decir, dentro de la tinaja y la rompían para limpiar su alma del Islam! 
Derramábamos los granos de café, si no nos daban los garbanzos que las mujeres tostaban a la puerta de sus casas para mezclar el café; Nos metíamos en medio de la procesiones, cuando llevaban a sus muertos, cantando oraciones a Allah. Ellos soltaban al muerto desde sus hombros al suelo para purificar su alma. Nos perseguían, indignados de nuestra conducta. Cuando mi padre se enteró, por poco me mata a mi y a mi hermana mayor. No eramos consientes del daño que les estábamos causando, hasta que se fueron todo a mediados de los setenta que nos entraba el mordimiento de la conciencia, pero ya no estaban ahí para pedirles perdón y claro todos habíamos borrado los recuerdos de nuestras memorias avergonzados de nosotros mismos.

   Nuestra casa nueva estaba cerca del mercado. En los mercados se podía encontrar de todo; Además de hortalizas, cereales, frutas y toda clase de productos de la tierra, había también artículos de artesanía local, cestería, ferretería y carpintería, joyas de oro y plata; tenderetes de productos de farmacia tradicional, que a mí me impresionaban muchísimo y me siguen impresionando, animales disecados o enjaulados, tortugas, lagartos, bichos del desierto. Un poco más allá del mercado se hacía la compraventa de animales: Corderos, ovejas, terneros, camellos, asnos, de todo menos cerdos, que están prohibidos por la religión musulmana.. Que tiempos eran, los de mi padre y los nuestros antes y los tiempos de ahora. 
  -¿Algún día volveremos a convivir todas las razas y creencias juntos en paz y armonía sobre  la faz de este globo? Me gustaría vivir para vivir lo y sentirlo en mi propia piel. 


 

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